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miércoles, 23 de noviembre de 2011

El paisaje cultural del medio rural.



En Canarias escasean los espacios conservados en los que se muestre la convivencia histórica entre la naturaleza y las actividades humanas. Paisajes cuya expresión de conjunto expresen, no solamente la majestuosidad de un espacio natural cuidado, sino el equilibrio de lo que el canario, con respeto y sabiduría, haya sido capaz de modelar para satisfacer sus necesidades. Estaba convencido de que la gran mayoría de estos espacios se hallaban en nuestro medio rural. Eran aquellos paisajes culturales de medianías y montaña que hemos transitado, conocido en nuestra niñez, o sobre los que escuchamos relatos o hemos leído algo. Pero ahora, al recorrerlos, apenas acertamos a reconocerlos, inmersos como están en una desordenada transformación y desdibujados en sus rasgos principales, por un, al decir de muchos, inapelable desarrollismo.
Cierto es que los canarios hemos creado interesantes paisajes culturales. Los más conocidos vinculados a los modos de producción agrícola: plantaciones de plátanos o viñas en terrazas de piedra seca, enarenados, cultivos de almendro, gavias y nateros etc. Pero la inviabilidad económica ha provocado regresión e incluso desaparición de buena parte de ellos. También son igualmente reseñables algunos pueblos o barrios de medianías, conjuntos históricos, complejos salineros, o reductos habitados en zonas de montaña. Pero muchos de los pueblos de medianías pugnan ahora por ser pequeñas ciudades y en su crecimiento arrastran desorden arquitectónico y urbanístico, falta de información y mal gusto.

En las islas capitalinas y en aquellas de mayor expansión turística, la lejanía y la dificultad de acceso han sido el principal amparo de los escasos conjuntos rurales con encanto. En las islas más pequeñas los buenos ejemplos son más frecuentes, aunque igualmente afectados por las secuelas que el desmoronamiento de las actividades agropecuarias: abandono, oficios perdidos, casas vacías etc. La vulnerabilidad de lo que nos queda es alto, y por tanto, el riesgo de desaparición de los elementos que constituyen las señas de identidad de estos entornos es permanente. Frente a ello los instrumentos de protección se han manifestado insuficientes, máxime cuando la voluntad de protección del propietario, del vecino y del político corre ajena al respeto a su patrimonio y al bien común.

Debemos convencernos que la existencia de paisajes culturales del medio rural posibilita que los canarios consolidemos nuestras señas de identidad, que portemos y podamos transmitir un conjunto de valores arraigados en nuestra razón de ser y en nuestro territorio, y que disfrutemos de habitats con personalidad, belleza y equilibrio-

Nuestros recursos potenciales, aunque disminuidos, aún existen. Están ahí. Muchos son ya objeto de protección legal (Bienes de Interés Cultural, Cascos Históricos, etc.). Otros no están protegidos, son rincones, barrios o pequeños pueblos todavía conservados o al menos olvidados que intentan perdurar como conjunto o manteniendo al menos singulares señas etnográficas y arquitectónicas, aún a pesar de haber extinguido su utilidad o razón de ser primigenia.


Tan sólo en La Gomera quedan grupos de casas de piedra y barro rodeadas de granadillos y vinagreras a las que se accede por un camino enmatacanado y plagado de palmeras de diferentes portes. Senderos que nos llevan a lagares comunales con pesadas vigas cuyo husillo se encuentra trenzado de guías de hiedra. Antiguos molinos de agua con sus chapaletas esperando un curso de agua que las movilice. Artesanos que siguen trabajando mimbres, ristras, pencas y cañas. Artesanas que en singulares talleres amasando barro y almagre. Vestigios de antiguos cascos históricos. Hornos de teja separados de su mantillo por un enmarañamiento de zarzas. Callejones empedrados a cuyos lados se levantan casas de singulares balcones. Viejas cocinetas donde se ahuma el queso de cabra y se prepara el almogrote casero. Barrancos con pequeños cursos de agua donde en las clareas del cañaveral crecen berros y berrazas. Terrazas de cultivo encaramadas a lugares inverosímiles.
Más allá de elementos de un paisaje cultural, son signos de vida que no gozan de buena salud y que esperan recuperar un normal pálpito. Una visita o recorrido que nos conecte con estos paisajes vitales nos transmitirá múltiples regocijos. Especialmente importante es todo aquello que va más allá de las sensaciones que captamos con la inmediatez de los sentidos: lección histórica, sentimiento de orgullo hacia nuestros mayores, aprendizaje de singulares técnicas, respeto hacia el medio rural e
Debemos empeñarnos en recuperarles el pulso, ahora que ya es perceptible un paulatino retorno a las zonas rurales, que previsiblemente se intensificará a resultas de nuevas perspectivas e intereses sociales que encuentran en estas áreas elementos vinculados a la calidad de vida (alimentos más sanos, autenticidad, tranquilidad y seguridad, espacios más cuidados y abiertos para vivir etc.).
Mucho antes de plantearnos en qué medida los paisajes rurales pueden llegar a ser recursos patrimoniales para los turísticas, y las formas de promocionarlos como parte de un paquete, debemos preguntarnos por el conocimiento y aprecio que los propios canarios les dispensamos, y avanzar en las medidas que proyectamos en su favor no sólo pensando en el disfrute ajeno sino en el propio. Esa es la prioridad.

El deterioro del paisaje preocupa. Las Directrices de Ordenación del Territorio contemplan planes de acción específicos para su rescate o conservación. Los paisajes culturales deben conseguir los logros que los paisajes naturales han conseguido a través de la Red Canaria de Espacios Protegidos. Se trata de conservar buscando la utilidad de antiguas edificaciones, elementos etnográficos, costumbres, modos de cultivar, entramados urbanos, oficios en desuso etc. La existencia de cuatro Reservas de La Biosfera en Canarias cuyo objeto es forzar la simbiosis entre el hacer humano y su territorio y a la postre mostrarla al mundo, debería abrir las puertas a la experimentación y avance en este campo. De igual manera la fórmula del “contrato territorial” que permite compensar al agricultor por cultivar con métodos benignos para la naturaleza debería extenderse a todos aquellos que colaboraran en crear o mantener paisajes culturales.
No es fácil porque precisamente no sólo es responsabilidad de la administración sino tarea de todos: de los centros de enseñanza, de las agrupaciones de vecinos, de los grupos de acción local, de las organizaciones ambientalistas, y tuya, que sabes de lo que se trata.




Artículo del autor del blog publicado en el libro "Paisaje y esfera pública". Edición de Orlando Franco y Mariano de Santa Ana.C.A.A.M., Colegio de Arquitectos de Canarias. 2008..

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