Algunas experiencias se ganan a pulso el derecho de ser conocidas, al menos a uno le apetece contarlas. Una visita a Valle Gran Rey me sirvió para disfrutar aprendiendo y para, aunque tan sólo fuera a través de estas líneas, expresar mi satisfacción y reconocimiento.
A esto de las diez de la mañana nos encontramos en la playa de Argaga y tras algo menos de quince minutos a pie llegamos al pequeño Jardín de árboles tropicales de los Schrader. Éramos cinco personas pero de cuatro nacionalidades diferentes. Ello no fue un problema para entender las diferentes explicaciones que Rosita nos daba de los árboles y frutos que íbamos viendo. Yo ya había estado allí hace unos cinco años pero en este tiempo el jardín ha ganado mucho. Existen más variedades, todo es un poco más exuberante, los caminos y paredones parecen más cuidados y sobre todo su dueña ha ganado en solvencia para ilustrar a los visitantes acerca de los detalles (algunos minúsculos) que nos vamos encontrando en nuestro recorrido. Sin un orden aparente recorrimos buena parte de las más de doscientas especies y variedades que se apiñan en estrechos bancales de ladera degustando algunos frutos que estaban maduros..
A los turistas que dos días a la semana pueden visitar el jardín con toda probabilidad les sorprenderá el exotismo de lo que presencian. En mi caso, además de ello y producto de cierta deformación profesional, me llama la atención el ejemplo que proyecta en el ámbito del desarrollo local. Una pareja de emprendedores han sido capaces de aprovechar de manera sostenible los recursos naturales que el territorio aporta y combinarlos con conocimientos botánicos y un gran esfuerzo y manejo profesional generando una actividad viable en lo económico y respetuosa en lo ambiental. Esto último lo atestigua las instalaciones fotovoltaicas para generar agua caliente y electricidad y el aprovechamiento de las aguas residuales debidamente tratadas para el riego de la finca.
El recorrido, las explicaciones de nuestra guía, y las fotos duraron cerca de dos horas. Sin embargo en apenas quince minutos dimos cuenta de los dulces gomeros que había comprado en la dulcería de Mario en Vallehermoso el día anterior y el zumo que Rosita nos preparó. Mientras bajaba el camino hasta la Playa de Argaga donde habíamos aparcado los coches no pude menos que pensar en el Jardín Botánico del Descubrimiento de Vallehermoso. Desde lo público y en una superficie que al menos triplica el Jardín de Argaga, hemos intentado buscar la viabilidad de una iniciativa que supondría una alternativa de ocio de primer orden para el municipio. Llevamos gastados quince años y mucho dinero en el intento y todavía su funcionamiento no ha podido regularizarse. Con independencia de a quien le corresponda entonar el mea culpa, es continuamente verificable el fracaso de las administraciones cuando intentan, más allá del incentivo y el apoyo, prolongar su protagonismo en la creación de iniciativas económicas viables.
La segunda parada la hicimos en El Guro, subimos unas escaleras estrechas y vistosas encontrándonos con casas que estaban siendo respetuosamente rehabilitadas y con casas que aún siendo de nueva planta se integraban con las restantes habida cuenta de que piedra, madera y tejas usadas eran los materiales mayoritariamente utilizados. Desde El Guro en dirección hacia la Casa de la Seda recorrimos unos seiscientos metros y pegada al barranco que trae el agua de Arure se encuentra la finca de Andy. No está cuidada, tal y como entendemos nosotros este concepto. En el suelo abundan en desorden las hierbas, frutos, ramas esperando cumplir su función orgánica. Sin embargo, a tenor del porte y verdor de los árboles y por la abundancia de frutas, las parchitas, los naranjeros, los guayabos, los ñames, la yuca y otros muchas variedades pueden presumir de buena salud. Igual de saludable está, a pesar de sus años Perico un burro, ya jubilado de sus tareas de porte, que disfruta en libertad de una preciosa casa de piedra y barro y un amplio terreno en el que se distribuyen cuidadosamente espacios para tomar el sol y otros a la sombra de palmas y cañas. Auténtica calidad de vida para el burro, que si estuviéramos hablando en términos turísticos se correspondería a un hotel de cinco estrellas gran lujo ubicado en un algún lugar paradisiaco.
El agua que riega la finca baja por el barranco de Arure, es de gran calidad a decir del resultado de los análisis realizados y va a llenar un tanque en el que se plantea un interesante proyecto de acuicultura.
Ya en la casa de Andy nos sorprendemos por la adecuada reutilización que hace de objetos de diversa índole. Así por ejemplo, una destiladera traida de Eslovenia facilitó la elaboración de un excelente aguardiente de tunera que tuvimos el placer de degustar.
Como me comentaba mi amigo Andrés Pérez, algunos practican permacultura sin saberlo. Sin saber que ese es el nombre que los más conocedores otorgan precisamente al desarrollo de acciones sustentables de forma integrada en la agricultura, incluida la introducción de medidas de ahorro energético y de bio-construcción todo ello bajo determinados principios ecológicos, sociales e incluso éticos.
Al bajar las escaleras del Guro para volver a Vallehermoso unos niños exprimían unas naranjas para ofrecer su jugo a unos senderistas que además de agradecidos se mostraban dispuestos a pagar lo exigido. Daniel Stan y yo coincidimos entre risas en que algunos hábitos, entre ellos la emprendiduría, para que lleguen a formar parte de nuestro currículo de vida, convienen enseñarse o aprenderse en edades tempranas.
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