En las siguientes líneas describo aquello que aún recuerdo de cómo vendimiábamos en Vallehermoso. En algunas zonas esta forma tradicional de hacerlo perduró hasta los años noventa del pasado siglo.
Espléndido dibujo en el exterior de la bodega insular en Vallehermoso. |
Casi todos llegaban al terreno con la ayuda de la luz de faroles y linternas. No obstante, desde días anteriores se habían realizado los preparativos de la vendimia: se habían limpiado los caminos, engrasado las tijeras de poda, preparado las cestas de asa y los recios cestos de mimbre o mimbre y caña.
Las mujeres, nada más llegar al terreno, elegían un lugar limpio y que quedara a la sombra, para poner la comida, dejando en lugar visible y fresco las botellas con parra y vino, para que los hombres se sirvieran.
Los cestos eran, por lo general, de caña y mimbre pelada y se solían encargar a maestros cesteros del Barranco del Ingenio y de Garabato. También los había sólo de mimbre pelada o sin pelar, e incluso de pirguan (raquis seco de la hoja de la palmera phoenix canariensis). No obstante, sólo los mayores cosecheros hacían acopio de grandes cantidades de cestos, los demás adquirían sólo algunos y otros que precisasen, se pedían prestados.
Se cortaban casi todos los racimos. En caso de sospechas de que el racimo no tuviera una calidad aceptable, el cortador novato dirigía su consulta al dueño de la finca, o a uno de los más viejos cortadores, que tras probar un vago del racimo daba con el propio gesto de la cara su veredicto, tirando lejos del lugar el racimo en caso de detectar el amargor de la pezonera o la pudrición.
Casi al comienzo de la vendimia una mujer de la familia adelantaba al resto de los vendimiadores con una cesta de asa o una canastra con unas helecheras en el fondo e iba seleccionando la uva “de comer”. Eran los racimos más dorados y dulces cuyo destino era enviarlos a Tenerife en la paquetera , o bien ser regalados a los vecinos que no tenían viña o a aquellas personas que habían colaborado en la vendimia.
Los vagos de uva, que accidentalmente caían al suelo, eran rápidamente recogidos para evitar la mirada y a veces el reproche del dueño de la viña. Para que recoger el mínimo vago de uva no fuera visto por los presentes como un gesto de excesiva cicatería, éste solía decir: es verdad que sólo es un vago...... pero con doce vagos se hace un vaso de vino, o bien: ya se sabe que grano a grano llena la gallina el papo.
Una vez llenadas de uva, las cestas de asa se volcaban en los cestos. Sin embargo antes de proceder a su transporte era preciso sellarlos. Proceso que consistía en ir hundiendo racimos en el borde interior del cesto, los cuales, a modo de calzos, evitaban el desprendimiento de la uva durante los vaivenes del transporte.
A los niños se les permitía que con muchísimo cuidado cortaran algún que otro racimo, pero eran sobre todo los encargados de retirar y amontonar para el proximo año estacas de caña (arundo donax) que a modo de horquetas sostenían las varas portadoras de los racimos, para de esta forma liberarlas del contacto con el suelo y del alcance de los lagartos. También podían ir delante de las cortadoras quitando las helecheras secas que tapaban los racimos para protegerlos de la fuerza del sol.
Las bandas de viña quedaban por lo general lejos de los lagares. De ahí que el mayor esfuerzo de la vendimia lo constituyera el traslado de los cestos colmados de uva. Para, en parte, facilitar este traslado se usaba la albardilla que era un utensilio muy ligero, elaborado con dos trozos de caña grueso de en torno a los 35 centímetros que servían de tutores para a su alrededor ir añadiendo diferentes capas de ristra hasta conformar un haz compacto y mullido; a ambos extremos de dicho haz se le cosía una tela de saco; la tela de saco se colocaba por toda la frente del porteador y el haz le caía sobre hombros o espalda. Cuando llegaba el momento de cargarse, los hombres se colocaban a modo de capucha gruesos sacos de tela y encima de los sacos se colocaba la albardilla.
Para aupar el cesto desde el suelo hasta la albardilla se precisaban no menos de dos o tres personas, que acompasaban esfuerzos para cargar al porteador de la manera más cómoda. Dependiendo de la distancia al lagar se solían hacer descansos intermedios en lugares previamente elegidos o incluso si los porteadores eran pocos o si había prisa se cargaba a la remúa, forma en la que el trayecto se dividía en dos o varios tramos y cada persona se encargaba de hacer únicamente su tramo.
El trabajo del acarreto de la vendimia hasta los años setenta se hacía normalmente a peón vuelto es decir que vecinos de una misma zona se ayudaban mutuamente y en el mismo grado. Pero la dureza del trabajo hacía que en muchos casos se prefiriese pagar un jornal antes que participar en la vendimia. Esta dureza se hacía menor, o al menos así lo aparentaba, con la ayuda de los vasitos de parra (aguardiente de vino) y de vino, cuyo suministro era sabiamente administrado por el dueño del terreno.
Muy nombradas eran las vendimias realizadas en lugares bastante retirados de una carretera, como Clavo, Las Dionisias, El Roque, Los Guanches, Barranco Seco. A través de estrechos y sinuosos caminos bajaban los porteadores, uno detrás de otros, cantando a la porfía isas y folías, quien más alto cantara mejor porque demostraba menos cansancio o controlar mejor su respiración. En realidad mientras se cantaba se engañaba un poco al cansancio y se evitaba pensar en el trecho aún por recorrer.
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