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lunes, 2 de abril de 2012

Nuestra forma de ser y de relacionarnos, principales atributos de "lo rural" en Canarias.

            Algunos de los factores más destacados, que han desdibujado los rasgos que antaño nos permitían en Canarias diferenciar el espacio rural, del urbano son: la desintegración de la actividad agropecuaria, el éxodo rural, la  expansión urbanística, y el crecimiento turístico. Es por ello que afrontar ahora la tarea de redefinir los perfiles,  y clarificar las fronteras entre ambos mundos no es fácil.
            La abundancia de paisajes y espacios naturales, protegidos o no; un tipo de clima algo más húmedo y menos soleado, la tranquilidad,  la armonía,  y el sabor de ciertos alimentos y bebidas,  son rasgos que identificamos como “rurales”. También asumimos que el origen de los ingresos económicos personales es algo más que un matiz.
Pero, en esta búsqueda de los rasgos de identidad, debemos destacar a las personas, y su modo de relacionarse,  como el atributo más abundante y característico del mundo rural.
            La forma de ser y la idiosincrasia de la gente del campo, han tenido un tránsito hacia pautas urbanas,  más lento, y posiblemente menos traumático que otros cambios acaecidos en el paisaje o la economía. En las zonas rurales perviven rasgos básicos del perfil psicológico del canario, como  la sencillez, la humildad, la tolerancia, o la sociabilidad. Especialmente destacable es el papel de la mujer, y en particular el influjo de la madre, en la salvaguarda de unos patrones de conducta de herencia rural.
            El modo en que los habitantes de Canarias se han relacionado con los recursos naturales, los resultados de su diálogo con el territorio, así como las formas y pautas de comunicación específicas de los pobladores de las zonas rurales, no pasan desapercibidos para el turista, sea cual fuere su nacionalidad.
            Para el turismo rural canario,  el desempeño de la sociedad receptora es  un activo de primer orden que no debemos minimizar. Los históricos procesos migratorios,  y la consiguiente influencia de modos de vida y cultura de otros países, tienen bastante que ver en la conformación de nuestro carácter hospitalario y nuestra capacidad de acogida. La población rural, aunque no esté vinculada a la actividad turística, es capaz de proyectar,  de forma natural y poco premeditada,  una imagen y unos comportamientos que, en buena medida, concuerdan con las expectativas del turista. Atributos naturales que los guías, los propietarios de casas rurales, los dependientes de comercio, o los propios vecinos, son capaces de transmitir espontáneamente, sin haberlo aprendido en ningún curso de formación.
            Como se ha puesto de manifiesto para el caso de Gran Canaria (García Cabrera, A. y  Castro Sánchez, J. J., 2002, p.148), tanto en entrevistas con la población como con autoridades locales,  existe un alto nivel de aceptación de los turistas por parte de la población local, a la vez que éstos situaban la hospitalidad de la gente como uno de los principales motivos a la hora de elegir destino. Asimismo, en la isla de Tenerife (Cabildo Insular de Tenerife,  2005, p.79) se pone de manifiesto “el contacto con la gente” como la segunda actividad con mayor grado de satisfacción expresada por clientes que optaban por la modalidad del turismo rural.
Para conocer más acertadamente la imbricación del turismo en la comunidad rural se habría de saber la forma en que la población ha participado en su desarrollo, si se ha cumplido la función demográfica de estabilizar población y retener su éxodo,  si las rentas que se generan confluyen como ingresos complementarios a otros provenientes de actividades agropecuarias,  o si el desarrollo del turismo rural ha supuesto abandono o, por el contrario,  refuerzo de las actividades tradicionales.
            Estas preguntas se hacen precisas ya que, sin caer en la pretensión inverosímil de que el turismo rural fuera a sustituir la aportación social y económica de las actividades agropecuarias, desde sus orígenes se ha considerado pertinente vincularlo a la estrategia de captación de rentas complementarias para el agricultor, o por extensión para el habitante de las zonas rurales. Sin embargo, sucede que los nuevos emprendedores de la actividad son a menudo ajenos al agro, cuando no,  y en cierta medida,  alejados geográfica y mentalmente del medio rural.
            Como muestra de lo señalado, en la aplicación de las Iniciativas Comunitarias LEADER[1] I y LEADER II en Canarias, de los 161 proyectos de rehabilitación de inmuebles antiguos subvencionados para ser dedicados a turismo rural, tan sólo 31 eran propuestos por beneficiarios que ostentaban la condición de agricultor; y finalmente, ninguno derivó en una explotación de agroturismo (Regalado González, P., 1999, p.278). Asimismo, sólo un 53,4% de los propietarios de alojamientos rurales de Tenerife (Cabildo Insular de Tenerife, 2005, p.69) y un 52,20% en La Palma (Fernández Hernández, C. y otros, 2008, p.55) viven en el mismo municipio donde se ubica su casa rural. Con todo, La Palma es la isla con mayor número de empresarios de turismo rural (18,5%) que obtienen más de un 50% de sus rentas de pequeñas explotaciones agrarias.
            Como veremos en otro epígrafe, el aprovechamiento activo de la naturaleza o del patrimonio cultural, son auténticos yacimientos de empleo que han abierto las puertas a la creación de nuevas actividades económicas: rutas guiadas, clases de idiomas para extranjeros, cicloturismo, turismo de salud, etc. Desafortunadamente, la repercusión de estas oportunidades, en términos de diversificación económica y empleo, para la “sociedad rural residente” se muestra cuando menos insuficiente. Este hecho es un elemento que pone a prueba la capacidad de la población local para protagonizar dichas iniciativas. En la atención a sus razones reside todo un proceso de dinamización social y económica. Bien por no contar con estudios o capacidades precisas, bien por la elevada edad de sus actores o  quizá por el espíritu tradicionalmente conservador, muchos habitantes rurales asisten como espectadores a la radicación de nuevas actividades y empresas en un territorio del que, paradójicamente, han sido a lo largo de la historia sus únicos protagonistas: modelando su paisaje, cuidando su naturaleza y manteniendo un conjunto de actividades que daban una razón y una forma de ser.

Texto del autor del blog, extraído de la publicación "Planificación y gestión del turismo rural. Reflexiones desde la experiencia en Canarias. Federación Canaria de Desarrollo Rural. 2.008.
[1] LEADER, es el acrónimo de Ligazón Entre Actividades de Desarrollo de la Economía Rural, que es la denominación de la Iniciativa Comunitaria europea dirigida al desarrollo rural existente desde 1991.

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