La abundancia de paisajes y espacios
naturales, protegidos o no; un tipo de clima algo más húmedo y menos soleado,
la tranquilidad, la armonía, y el sabor de ciertos alimentos y bebidas, son rasgos que identificamos como “rurales”. También
asumimos que el origen de los ingresos económicos personales es algo más que un
matiz.
Pero, en esta búsqueda de los rasgos
de identidad, debemos destacar a las personas, y su modo de
relacionarse, como el atributo más
abundante y característico del mundo rural.
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La forma de ser y la idiosincrasia
de la gente del campo, han tenido un tránsito hacia pautas urbanas, más lento, y posiblemente menos traumático que
otros cambios acaecidos en el paisaje o la economía. En las zonas rurales
perviven rasgos básicos del perfil psicológico del canario, como la sencillez, la humildad, la tolerancia, o
la sociabilidad. Especialmente destacable es el papel de la mujer, y en
particular el influjo de la madre, en la salvaguarda de unos patrones de
conducta de herencia rural.
El modo en que los habitantes de
Canarias se han relacionado con los recursos naturales, los resultados de su
diálogo con el territorio, así como las formas y pautas de comunicación específicas
de los pobladores de las zonas rurales, no pasan desapercibidos para el turista,
sea cual fuere su nacionalidad.
Para el turismo rural canario, el desempeño de la sociedad receptora es un activo de primer orden que no debemos
minimizar. Los históricos procesos migratorios, y la consiguiente influencia de modos de vida
y cultura de otros países, tienen bastante que ver en la conformación de
nuestro carácter hospitalario y nuestra capacidad de acogida. La población
rural, aunque no esté vinculada a la actividad turística, es capaz de proyectar,
de forma natural y poco premeditada, una imagen y unos comportamientos que, en
buena medida, concuerdan con las expectativas del turista. Atributos naturales que
los guías, los propietarios de casas rurales, los dependientes de comercio, o
los propios vecinos, son capaces de transmitir espontáneamente, sin haberlo
aprendido en ningún curso de formación.
Como se ha puesto de manifiesto para
el caso de Gran Canaria (García Cabrera, A. y Castro Sánchez, J. J., 2002, p.148), tanto en
entrevistas con la población como con autoridades locales, existe un alto nivel de aceptación de los
turistas por parte de la población local, a la vez que éstos situaban la
hospitalidad de la gente como uno de los principales motivos a la hora de
elegir destino. Asimismo, en la isla de Tenerife (Cabildo Insular de Tenerife, 2005, p.79) se pone de manifiesto “el contacto
con la gente” como la segunda actividad con mayor grado de satisfacción
expresada por clientes que optaban por la modalidad del turismo rural.
Para conocer más acertadamente la
imbricación del turismo en la comunidad rural se habría de saber la forma en
que la población ha participado en su desarrollo, si se ha cumplido la
función demográfica de estabilizar población y retener su éxodo, si las rentas que se generan confluyen como
ingresos complementarios a otros provenientes de actividades
agropecuarias, o si el desarrollo del
turismo rural ha supuesto abandono o, por el contrario, refuerzo de las actividades tradicionales.
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Estas preguntas se hacen precisas ya
que, sin caer en la pretensión inverosímil de que el turismo rural fuera a sustituir
la aportación social y económica de las actividades agropecuarias, desde sus
orígenes se ha considerado pertinente vincularlo a la estrategia de captación
de rentas complementarias para el agricultor, o por extensión para el habitante
de las zonas rurales. Sin embargo, sucede que los nuevos emprendedores de la
actividad son a menudo ajenos al agro, cuando no, y en cierta medida, alejados geográfica y mentalmente del medio
rural.
Como muestra de lo señalado, en la
aplicación de las Iniciativas Comunitarias LEADER[1] I y LEADER
II en Canarias, de los 161 proyectos de rehabilitación de inmuebles antiguos
subvencionados para ser dedicados a turismo rural, tan sólo 31 eran propuestos
por beneficiarios que ostentaban la condición de agricultor; y finalmente,
ninguno derivó en una explotación de agroturismo (Regalado González, P., 1999, p.278).
Asimismo, sólo un 53,4% de los propietarios de alojamientos rurales de Tenerife
(Cabildo Insular de Tenerife, 2005, p.69) y un 52,20% en La Palma (Fernández
Hernández, C. y otros, 2008, p.55) viven en el mismo municipio donde se ubica
su casa rural. Con todo, La Palma es la isla con mayor número de empresarios de
turismo rural (18,5%) que obtienen más de un 50% de sus rentas de pequeñas
explotaciones agrarias.
Como veremos en otro epígrafe, el
aprovechamiento activo de la naturaleza o del patrimonio cultural, son auténticos
yacimientos de empleo que han abierto las puertas a la creación de nuevas
actividades económicas: rutas guiadas, clases de idiomas para extranjeros,
cicloturismo, turismo de salud, etc. Desafortunadamente, la repercusión de
estas oportunidades, en términos de diversificación económica y empleo, para la
“sociedad rural residente” se muestra cuando menos insuficiente. Este hecho es
un elemento que pone a prueba la capacidad de la población local para protagonizar
dichas iniciativas. En la atención a sus razones reside todo un proceso de
dinamización social y económica. Bien por no contar con estudios o capacidades
precisas, bien por la elevada edad de sus actores o quizá por el espíritu tradicionalmente
conservador, muchos habitantes rurales asisten como espectadores a la radicación
de nuevas actividades y empresas en un territorio del que, paradójicamente, han
sido a lo largo de la historia sus únicos protagonistas: modelando su paisaje,
cuidando su naturaleza y manteniendo un conjunto de actividades que daban una
razón y una forma de ser.
Texto del autor del blog, extraído de la publicación "Planificación y gestión del turismo rural. Reflexiones desde la experiencia en Canarias. Federación Canaria de Desarrollo Rural. 2.008.
[1] LEADER, es el acrónimo de
Ligazón Entre Actividades de Desarrollo de la Economía Rural, que es la
denominación de la Iniciativa Comunitaria europea dirigida al desarrollo rural
existente desde 1991.
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